Soledades, puntitas, y otras esculturas andarinas
Soledad
de la pena en Bibataubín, el jardín adormecido acuna a la niña
triste. La tarde levanta la sombrilla y los granadinos empiezan a
desperezarse con el viento que sopla cálido y urgente. Las niñas
esbeltas esperan en Puerta Real a sus príncipes, y viceversa, con
mini pantaloncitos de temporada, luciendo morenas piernas de
andaluzas de bandera, mostrando cachitos de cielo que abren el
apetito, que alegran el mirar con su hipnótico bamboleo. Los
abuelitos sueñan, en los bancos acomodados, la fuente suena preñada
de arcoiris otoñales, que más pronto que tarde se presentarán.
Contrastes
de tarde fresca para pararse a pensar, entre el rumor del gentío,
¿cuál es el sentido de la vida? Quizás una pelota que gira y gira,
y da vueltas y vueltas, una mordida, un pase rápido, un pase lento,
certero, una sonrisa inmaculada, de oreja a oreja, colorido de dos
bolas de frío helado, o dos pelotas pequeñas que cuelgan,
tintineantes, péndulo de tiempo y un viandante gigante,
contemporáneo y deforme, que parece escapado de los tiempos
cromañones, desnudo, con cabeza de jíbaro, ¡vaya talla
proporcionada!, por su mala cabeza perdido, sin rumbo, atolondrado ¿A
dónde he llegado?- parece preguntarse. Cabecita pequeña... que
siempre miras la puerta trasera del sol, en el ocaso, en el verso de
despedida, del hasta siempre... amor.
Largo,
largo, largo día, como los alientos de los vecinos mendigos que
prueban las aceras. Largo, largo, largo día, contrastes caprichosos
de sentencias judiciales, se bifurcan en el aire como rítmicas
golondrinas africanas, en el esplendor verde, verde esperanza.
Centenarios árboles verdes de cientos de historia verdes, que
aguardan, y una escultura, y una picha caminante que ha perdido el
prepucio circundado, y brilla orgullosa luciendo su capullo, amuleto
de bronce. Yo, por si acaso, lo toco; vayamos a pollas.
Rubén
Darío Vallés Montes. Agosto 2014.
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