Tres poemas porno eróticos de amor y desdicha
Amor prohibido
I
Erecto sol
erosiona la tarde perra.
Sudor de pieles resbaladizas.
Danzan dos cuerpos
al son de la boa,
lenguas de agua fresca
en caracolas saladas,
se deslizan.
Laberintos oscuros,
donde tu nombre golpea,
secretos tabernáculos,
que gimen, la presencia
de mi aullido de fiera.
Zorra,
abres el libro del placer
en el versículo correcto.
Ahí quería llegar.
Al lugar donde
tu alma tiembla,
arañando mis muslos,
pidiendo azotes,
pidiendo que apriete tu cuello,
que te ahogue en éxtasis,
que te parta la vida
en dos mitades.
II
Sopor de la tarde lenta,
canícula de las cinco y media,
abanico tu respiración,
en el valle de mi espalda, canal abierta.
El roce frío de tu amapola
estremece mi monte en punta,
abierta está mi caracola,
al canto de las sirenas.
Cosmos rebosante.
Amor y muerte,
pujanza llena.
Resbaladiza espuma,
hechicera estrella,
devoras la belleza,
con dentelladas de puñal.
En mi pecho.
Amor y sangre.
¡Espera!
III
Sueño frutal que guardas,
dulce líquido,
que en mi derramas,
siete llaves quiero y una más.
Busco en tu cuerpo
la señal,
el lenguaje desnudo
de la candela,
tu mirada ardiente.
Exploro laberintos,
que destapan tesoros,
escondidos en tus nalgas.
Amante ladina,
tempestad primera,
entre algodones puros,
la taranta se acerca.
Herido tu cuello esbelto
con dientes de fina piedra.
¡Golpea!
Sangrante festín,
de nuestras almas abiertas.
©Rubén Darío Vallés Montes 2013.
ENTIENDE
¿Echamos un polvo?
Está buena, no especialmente.
Tiene casi cincuenta.
Se conserva bien.
No hay nada que explicar, nada.
No hay que andarse con mentiras,
ni con historias de príncipes ni princesas,
tiene la carrera hecha.
Está cogida al mango,
al lado de la puerta,
tiene un buen culo, buena delantera.
Lo mejor es su magnetismo,
su porte, su forma de comportarse,
tan recta, tan segura, tan pasada de vueltas.
Sabe que la miro, y le gusta,
la pone, la puedo oler.
Se arregla el vestido vaporoso,
ajustándose las bragas,
se contonea el pelo rubio y rizado,
que le cae como cascada por los hombros.
Ni siquiera lleva anillo de casada,
si un bonito anillo Swarovski.
Y una bonita bolsa Oysho.
Imagino qué ropa interior llevará puesta.
Me acerco, me arrimo a ella,
le susurro: ¿Echamos un polvo?
Dice que sí. Y me acaricia el paquete.
La tengo dura como un iceberg.
Estoy deseando llegar a su casa,
y metérsela hasta el fondo.
© Rubén Darío Vallés Montes 2013.
Sacramento
Su rostro.
Enganchada al botox.
Enganchada al alcohol.
a las drogas, al sexo.
Enganchada a las muñecas,
a papá, al quejido, al miedo,
a la comba sin fin,
al salto al precipicio.
Su rostro.
Enganchada al suplicio,
enganchada al beso,
al escándalo, a los celos,
a tus susurros, a sus golpes,
a tus mordiscos, al rocío
de la madrugada, a la tormenta,
al pecado supremo.
Su rostro.
Apurar la botella, y buscar otra,
saciedad sin fin en el alma,
calmar la sed, no era suficiente.
Su rostro.
Buscándo el silencio,
como un tren sin marcha,
sediento de vías, necesitado de vías,
de kilómetros, de asfalto, de paisajes,
de montañas sin oxígeno,
de cielo abierto, de vuelo, vuelo.
Siempre acordándose de ti.
Su rostro.
Y girar, girar, sin música, sin nada.
Gritando desesperada. Suplicando al viento,
mirando petrificada el techo.
Su rostro.
Ahora tu negro espera,
los deberes hechos.
Negro cabrón fóllame,
cómeme el coño.
Negro cabrón, hijo puta,
fóllame mil veces.
Rómpeme el culo,
escúpeme en la boca,
mátame el alma,
párteme el corazón.
Su rostro.
La noche es larga,
doscientos al día,
un buen precio.
Material y consuelo.
Un gramo más.
Un día, un mes.
El firmamento.
©Rubén Darío Vallés Montes 2013.
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