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Un relato para leer mientras viajas

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  EL RELATO QUE NUNCA ESCRIBÍ El banco está abierto, entro y no hay nadie, al fondo veo una máquina registradora y con sigilo me acerco a ella. Miro hacia la izquierda y la derecha, terreno libre. Así que pulso un botón y aquello se abre. Dentro, como cualquier máquina registradora con vida, hay billetes de colores y monedas doradas, plateadas, y cobrizas. Por un momento me quedo parado, tras unos segundos, decido meter la mano y llevarme todo el caudal. Tengo una fortuna, la he robado, pero el dinero no es de nadie, y al banco no creo que le suponga un gran perjuicio. Pero las cámaras de seguridad seguro que me han grabado, no cabe duda, seguro que hay gente que me ha visto entrar en la sucursal, seguramente ya hayan dado el chivatazo y la policía me tendrá localizado. No debería haberlo hecho, no debía haber entrado, quizás hubiera sido mejor quedarse quieto. Ya es tarde, no cabe arrepentirse, tengo el dinero en mi poder, ahora es mío, a quién le puede importar. Lo

Mil palabras

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* Relato publicado en el periódico mensual Wadi-as Actualidad y Cultura del mes de Febrero del 2018.  -Rubén Darío Vallés Montes- Mil palabras Por ejemplo ahora. En situaciones como estas, te ves aquí delante y te dices, qué escribo, no se me ocurre nada. Bueno, esto sólo es una prueba. Me gusta escribir el adverbio solo, con acento, aunque los señores de la RAE hayan cambiado las normas, al fin y al cabo ellos son los que ponen las reglas, al menos han dejado la libertad de poner sólo con acento o sin acento. Quizás algún día yo también sea un miembro de la RAE, o un hemérito de Bellas Artes, o algo así. No más fatigas Dios, no más fatigas. Vaya usted a saber. Por ejemplo, el programa me marca que hemérito es sin h, y me da una serie de palabras que el programa cree que me pueden servir de ayuda u orientación; y es cierto, me sirve de ayuda y orientación; pero no sé... no me fío demasiado de este programa; aunq

MIl palabras.

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-Rubén Darío Vallés Montes- -Rubén Darío Vallés Montes- Mil palabras Por ejemplo ahora. En situaciones como estas, te ves aquí delante y te dices, qué escribo, no se me ocurre nada. Bueno, esto sólo es una prueba. Me gusta escribir el adverbio solo, con acento, aunque los señores de la RAE hayan cambiado las normas, al fin y al cabo ellos son los que ponen las reglas, al menos han dejado la libertad de poner sólo con acento o sin acento. Quizás algún día yo también sea un miembro de la RAE, o un hemérito de Bellas Artes, o algo así. No más fatigas Dios, no más fatigas. Vaya usted a saber. Por ejemplo, el programa me marca que hemérito es sin h, y me da una serie de palabras que el programa cree que me pueden servir de ayuda u orientación; y es cierto, me sirve de ayuda y orientación; pero no sé... no me fío demasiado de este programa; aunque me marque la palabra, me la subraye en rojo, dudo de que esté en lo cierto, tengo que comprobarlo; por cierto, no

Chévere

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                                              Chévere             Si lo vieras subir las escaleras, arrastrándose como un cerdo, sudando como un cerdo, gordo, seboso, podrido de colesterol, baboseando fatigado con la boca a medio abrir como un rape expuesto sobre el hielo frío y reluciente del mostrador de la pescadería. Ese frío, feo, y repugnante rape, que con dulzura y esmero intenta endosarte la gran comercial Natalia Fernández, tal como indica su nombre en la solapa de su blanca y bien planchada camisa. Esa niña te lo vende todo, es una cantante new age de Trap, le encanta el dinero, vive para el dinero, le reza al dinero, y no tiene más religión que su novio, por lo visto, este sí, este sí es apañado, y sabe limpiar, y cocinar, y todas las cositas de la cama las hace súper bien. Ella te lo vende todo, da igual que esté en la caja, te ofrece las cajitas de bombones de guindas al orujo de Gijón, que la carne de oferta adobado de canguros de las granjas de Extremadu