De tres caras

En esta mochila llevo
cuatro capos escondidos,
una mano de buenas cartas
con la que ganar cualquier partida.
Cuatro más uno
que juega de joker
y lleva
un jaguar dentro de sus dientes.
Cuatro más uno.
Cuatro más uno
en una galaxia de estrellas,
entretejidas, dentro
de un agujero negro de tres caras.
Aprendí a mantener la boca cerrada
yo que tanto hablaba.
Aprendí a mantener la boca cerrada,
era peligroso hablar.
Todo lo que dijera podía ser utilizado en mi contra.
El mundo era hostil,
y el peligro acechaba dentro y fuera,
uno no estaba a salvo dentro de las cuatro paredes
ni fuera de ellas.
Aprendí a callar, a mantener la boca cerrada.
A escuchar, a oír, incluso a embadurnarme de
jabón para que las palabras resbalaran
como el viento sobre el calmado e inaccesible mar.
Yo que tanto hablaba.
Me volví mudo, me hicieron mudo.
Como una tortuga, dentro de mi cráneo,
era esa la única forma de escapar,
la única forma posible de mantenerme a salvo,
lo mejor. Cerrar, las compuertas de mis huesos,
relajar mandíbula y quedarme sordo
para no sufrir, para que no me hicieran
daño,
gafas de espejo para que no vieran mis ojos,
apariencia impoluta, vestimenta adecuada
para pasar desapercibido, un ser normal,
normal, normal, para pasar desapercibido.
Aprendí a mantener la boca cerrada
se me olvidaron hasta las palabras.

© 2019. Rubén Darío Vallés Monte

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