Chévere
Chévere
Si
lo vieras subir las escaleras, arrastrándose como un cerdo, sudando como un
cerdo, gordo, seboso, podrido de colesterol, baboseando fatigado con la boca a
medio abrir como un rape expuesto sobre el hielo frío y reluciente del
mostrador de la pescadería. Ese frío, feo, y repugnante rape, que con dulzura y
esmero intenta endosarte la gran comercial Natalia Fernández, tal como indica
su nombre en la solapa de su blanca y bien planchada camisa. Esa niña te lo
vende todo, es una cantante new age de Trap, le encanta el dinero, vive para el
dinero, le reza al dinero, y no tiene más religión que su novio, por lo visto,
este sí, este sí es apañado, y sabe limpiar, y cocinar, y todas las cositas de
la cama las hace súper bien. Ella te lo vende todo, da igual que esté en la
caja, te ofrece las cajitas de bombones de guindas al orujo de Gijón, que la
carne de oferta adobado de canguros de las granjas de Extremadura, ella te
dice, -llévatelo, hazme caso, de verdad-, y entonces caes, seguro, seducido por
su aparato de dientes traslúcido, el nuevo , el ultra moderno que en un par de
años te deja los dientes rectos y relucientes como una barra de hielo, y te
agranda el paladar, te hace la boca más grande, puedes decir A con la boca
abierta, A, un A grande y redondo, hermoso, que resalta los lindos labios
pintados de un carmín de oferta, -pruébalo, de verdad, te lo recomiendo-, que
es una copia de ese, de ese que cuesta muy caro y es un lujo, -ya tu sabes...-,
pero es que, de verdad, lo han clavado en la fábrica esta de, yo que sé, a lo
mejor es de China, o Taiwan, o...vete tú a saber pero da igual, lo importante
es que está súper bien.
Me
lo llevo.
El
gordo seboso, llama a la puerta, ha venido a joder la tarde, pero es el dueño
de la casa, y suda como un cerdo, y pienso si sería correcto ofrecerle un vaso
de agua, pero entro en modo cauto y espero ver sus formas, su reacción. Entra
con ojeras grises, con bolsas amontonadas de estiércol bajo sus ojos pequeños,
inquisidores, roedores, ratones, ratas, en un cuerpo de buey-cerdo viejo,
decrépito, arrugado, y mustio. Sobre unas gafas oscuras traslucidas, opacas,
feas. Buenas tardes. Pasa. Así que empieza bien. Es buen hombre, es un animal
de recebo pero es buen hombre. El pobre se ha criado como un animal, ha trabajado
como un animal, sigue siendo un animal, morirá como un animal. Hay que ser
animalista, supongo. Deberíamos ofrecerle un vaso de agua, pero no, no se puede
fiar uno de un animal que achanta las orejas y a la media vuelta puede
embestirte de una cornada mortífera con sus cuernos dentellados llenos de
veneno. Así que no tarda mucho en relucir su alma de grano de arena, su espejo
lo representa, y es una bolsa de basura fétida, presta y urgente que volcar al
contenedor de los desechos. No. No hay agua.
Sí,
hasta la próxima en el cementerio. Tomaré un anís del mono a la salud de los
vivos.
Natalia
Fernández es mi salvación, por eso voy a verla, para olvidarme de todo, para
olvidarme del naufragio, y agarrarme a sus dulces gozaderas, entretelas de mis
más acaramelados sueños. Ella está ahí, impasible a los vientos, a las mareas,
a los desiertos, con su caja de bombones abierta, ofreciendo sus dulces
susurros al público, que cae embriagado ante sus encantos, antes sus, -corazón
pruébalo, de verdad, no me des tormento, yo me he llevado y buah... estaba
buenísimo- , y en ese buenísimo, está el cielo cargado de estrellas, preñado de
estrellas, está el festival de sus labios, de su aparato traslucido, de su
lengua entre sus labios cerrados, en ese tic que se le ha quedado, para retener
la saliva, para retener el cielo abierto, manantial de besos.
©
Rubén Darío Vallés Montes 2017
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