De buena familia.
En
las familias políticas, léase trabajo, el futuro de los vástagos
está escrito como el pedigrí de ciertos animales. Y a ello se
enfocan los esfuerzos de todo el clan, para que las criaturas tengan
un futuro brillante; un futuro feliz como una tarjeta oro, que es el
oro que reluce más que el sol. Así, desde la más caprichosa
juventud, los herederos ya son adiestrados con el dedo supremo de los
que ejercen la representación del pueblo, coto vedado y monterías;
un modo de vida peculiar, “trilerismo” de máscaras. Es la más
provechosa de las carreras, sin lugar a dudas; como mínimo concejal,
vaticina la tita desde la tumbona en el chalet de la playa; como
mínimo 50.000 euros brutos, más extras, más prebendas, vocifera el
padrino mientras hace la paella. Cualquiera se baja del carro alado,
cualquiera se mueve de la mullida silla, con tan hermosas y sabrosas
vistas, pocos son los que renuncian a la jugosa herencia. Esta es su
carrera, el maratón de andar por casa, la más fructífera de todas,
la sempiterna, la que huele a gloria como los billetes de a cien. Y
una vez en el puesto, relax, -livin´ la vida loca-, hasta la tumba.
Y mucho sí señor, y muchos golpecitos en la chepa compañero, y
mucho genial chupichuli fantástico, primos, amantes, novias, y
amigotes, socios del partido hasta la muerte. Y cuando toca, cada
cuatro años, a sudar un poco el champán, a darlo todo por el
pueblo, a soltar toxinas, y a interpretar el gran papel tan
meticulosamente ensayado, para salir airoso, Victorioso, al pub, que
así se llama, el de las celebraciones que quedan grabadas en los
anaqueles de la memoria . Que para eso los han preparado desde la
tierna juventud, que para eso ellos son los que cortan el pastel y
reparten el bacalao.
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