De buena familia.

 


En las familias políticas, léase trabajo, el futuro de los vástagos está escrito como el pedigrí de ciertos animales. Y a ello se enfocan los esfuerzos de todo el clan, para que las criaturas tengan un futuro brillante; un futuro feliz como una tarjeta oro, que es el oro que reluce más que el sol. Así, desde la más caprichosa juventud, los herederos ya son adiestrados con el dedo supremo de los que ejercen la representación del pueblo, coto vedado y monterías; un modo de vida peculiar, “trilerismo” de máscaras. Es la más provechosa de las carreras, sin lugar a dudas; como mínimo concejal, vaticina la tita desde la tumbona en el chalet de la playa; como mínimo 50.000 euros brutos, más extras, más prebendas, vocifera el padrino mientras hace la paella. Cualquiera se baja del carro alado, cualquiera se mueve de la mullida silla, con tan hermosas y sabrosas vistas, pocos son los que renuncian a la jugosa herencia. Esta es su carrera, el maratón de andar por casa, la más fructífera de todas, la sempiterna, la que huele a gloria como los billetes de a cien. Y una vez en el puesto, relax, -livin´ la vida loca-, hasta la tumba. Y mucho sí señor, y muchos golpecitos en la chepa compañero, y mucho genial chupichuli fantástico, primos, amantes, novias, y amigotes, socios del partido hasta la muerte. Y cuando toca, cada cuatro años, a sudar un poco el champán, a darlo todo por el pueblo, a soltar toxinas, y a interpretar el gran papel tan meticulosamente ensayado, para salir airoso, Victorioso, al pub, que así se llama, el de las celebraciones que quedan grabadas en los anaqueles de la memoria . Que para eso los han preparado desde la tierna juventud, que para eso ellos son los que cortan el pastel y reparten el bacalao.

 
©Rubén Darío Vallés Montes. 2018.

*Publicado en Granada Hoy 4-4-2018

                                                  *Publicado en Ideal de Granada 18.04.2018





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