Relato psicológico."Corre".
Me voy a permitir hacer hoy unos cuantos amigos. Aprovecho la ocasión, hoy 31 de agosto, mes en el que se han publicado en Ideal de Granada, los relatos de verano que todos los años organizan a modo de concurso y en el que participan escritores o aficionados, siendo los relatos seleccionados y valorados para su posterior publicación en el diario, por unos miembros de la Real Academia de las Artes de Granada. A principios de siglo XX, Federico García Lorca, Dalí, Buñuel, y sus coetáneos, designaban, a modo de chanza, a los acomodados intelectuales de su época, como los Putrefactos, y escribían sobre ellos a modo de burla y crítica social. Bien, por segundo año, estos eminentes intelectuales de provincia, no han tenido a bien publicar mi relato. Cosa que agradezco, ya que su gusto es deplorable. Son los acomodados numerarios, catedráticos, chupocteros,, saqueadores de los publico, etc..., que calientan su sillón de cuando en cuando y hacen el paripé aquí y allí, mientras se lo llevan caliente allí donde pillan. Son los amigos de las copas, los cócteles, los amigos de las autoridades, los de la pegatina en el pecho y la banderita, los del partido, los bribones que se enfundan entre una y otra cosa, sus cuatro mil euros al mes, sin dar ni golpe. Son los amos del cortijo, los ISIS de la literatura, los enterradores de las letras y el amor a los libros, esos.... los de siempre..., como los llamaban los Grandes de la Residencia de Estudiantes, los PUTREFACTOS. A estos dedico este relato, rechazado por sus eminencias. Gracias.
¡CORRE!
¡CORRE!
Los
chicos huérfanos estamos de fiesta, por las laberínticas calles del
Albaicín y el antiguo barrio judío. Hace años que no nos
reuníamos. Es de noche, finales del mes de abril. Corre un fino hilo
de viento helado. Las calles y las recónditas plazas, están llenas
de gente que beben y fuman humo azul, y se divierten bajo la
tenue luz de las farolas, besadas por la luna creciente, cubierta
de polvos saturados de cromo. Vagas nubes solitarias, como
pespuntes en velo negro, crean sombras misteriosas y contrastes
fantasmales. de tronos llenos de huesos, que envuelven como sudarios
a los nocturnos animales de la noche.
Hace
años que no nos veíamos, y ahora estamos todos juntos.
Las
chicas andaban por ahí de furgoneta, más allá de la cúpula del
trueno.
Nos
saludamos, nos sorprendemos de vernos igual, en el mismo sitio.
La
vida nos ha llevado por rumbos diferentes, pero hoy estamos de nuevo
aquí, en estas callejuelas de cal, sentados sobre los mismos
guijarros: bebiendo, fumando humo azul, alborotando entre
risas, y susurros cómplices. Suena una guitarra.
Me
beso con María. Siempre nos hemos besado. Besos en la boca y
achuchones llenos de amor y cariño. Por ahí..., aparece
Pablo. Mi amigo Pablo. Igual que siempre. Con su pelo largo y
los laterales rapados, aventurando la moda que vendría veinte
años después; las modas nacen, o nunca murieron, y vuelven a
verse bigotes atrevidos, y largas barbas, y peinados, y estilos
estéticos iguales, o trasformados o parecidos, a lo largo del
tiempo. Así que ahí estamos otra vez, mi amigo del alma y yo;
en las mismas calles, con la misma gente. Me cuenta..., o le cuento
yo él..., sí..., le cuento yo a él...., porque él hace años
que se fue: que ahora hay muchos hippypunk, que han
regresado a la ciudad, ya sabes... le digo, con sus ropas de
diseño, de guerrilla urbana, y sus cadenas de pinchos, y sus
colores rojos y negros, y sus FUCK YOU. Viven de puta madre... le
digo, parte del año lo pasan bajo la Alhambra, en las cuevas y
casas abandonadas y encantadas, en sus grutas subterráneas..., son
los dueños de aquello; y parte del año... en las playas de Cádiz,
entre dunas, pinos, y furgonetas aparcadas aquí y allí.
Andamos
entre la oscuridad sorteando gente sentada en el suelo.
De
pronto...., mi amigo me toca el hombro. Me giro, y me dice: Mira....
Frente
a mí hay una chica rubia, con el pelo largo, casi blanco. Es
delgada, de ojos azules, moradas ojeras. Su cara es bonita,
fina, pálida. Sus labios carnosos enrojecidos. Me mira a los ojos
fijamente. Me dice: Te quiero enseñar una cosa...
Entonces
levanta su pierna y la apoya en un banco de mármol como una lápida
sin nombre.
La
noche es ciega, de un añil brumoso, enterrada por nubes perras
andaluzas.
Me
mira. Te quiero enseñar una cosa..., me dice. Y se levanta el
pantalón. Está descalza.
¡¿Lo
ves...?!, me grita.
Giro
la mirada de repente abofeteado por la imagen. Una gran grieta
sanguinolenta. Una gran herida fresca en el dorso del pie,
cerrada por unas ortopédicas grapas de hierro oxidado, que dejan
el interior de la carne abierto. Me coge del hombro de un golpe
violento, me obliga a mirarla. No quiero bajar la cabeza. Y sus
ojos duros y fríos como el témpano me obligan, gritándome
sin sonido: ¡Mira!
Vuelvo
a bajar la cabeza y veo aquel dolor allí. Aquel hachazo abierto,
sangrante.
Y
me giro bruscamente, y me retuerzo de angustia y ganas de vomitar.
Ella
está allí y me vuelve a decir, me obliga: ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira!
Me
zafo de ella. Le suplico: ¡No quiero! ¡No quiero! Intento huir.
Pero
ella me agarra y me dice: ¡Esta herida siempre la llevarás
dentro!
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