El niño.
El
niño
Estoy
en el ciber,
es un
ciber pequeño de barrio,
un
negocio de supervivencia.
Tu
madre atiende los ordenadores,
y con
una sonrisa me atiende
y me
indica el monitor tres.
Tu
estás un poco más allá,
en el
siete,
entretenido
viendo unos dibujos animados
en tu
idioma,
de vez
en cuando tu mamá te dice algo,
y tu
le respondes relajado.
Tienes
seis años no más.
Al
rato te sales a la calle,
tu
mamá se ha sentado a tomar el fresco,
hoy
hace un calor africano
que
quema la piel,
como
si un dragón blanco y azul,
estuviera
expulsando fuego,
desde
su boca gigante de grandes fauces.
Luego
entras, y me miras y me sonríes,
y como
si de una persona mayor se tratara,
me
pasas tu menuda manita por la espalda,
tu
mano consoladora,
como
si intuyeras que ando triste,
como
si intuyeras que no soy
demasiada
mala persona.
Te
miro a los ojos marrones, tu pelo negro,
tu tez
morena, eres alegre, un niño,
como
los niños que estoy viendo tras la pantalla
de la
computadora, esos niños que sangran,
esos
niños muertos, de tu país, de tu Franja de Gaza,
esos
santos inocentes, utilizados por unos y por otros,
esos
niños sin culpa que han sido asesinados por la guerra cruel.
Y tu
me pasas tu pequeñita mano por la espalda,
como
si fueras un viejecito, como si fueras un anciano sabio,
que me
ve sufrir impotente y me pasa su mano de vida
por mi
cabeza salpicada de blanco.
Tan
risueño, tan feliz, tan inocente.
Rubén
Darío Vallés Montes
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