Crítica literaria sobre "Viaje a Menorca" por Juan Carlos Tellez

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martes, 4 de abril de 2017

En primera persona



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Viaje a Menorca. Rubén Darío Vallés Montes.

Escribir es una afición solitaria, una inquietud meditativa, un reguero de notas que va dejando sus huellas marcadas sobre el lienzo en blanco del relato, la senda por la que el pensamiento camina a sus anchas en los confines de la literatura. Para escribir hay que tener algo que decir, hay que tener cosas que contar, y si, como en este caso, se hace sin pelos en la lengua, con la amplitud telescópica de los científicos del alma, esos seres dotados del radar de la sensibilidad, la experiencia de la lectura convierte al lector en uno más de los protagonistas, en testigo directo de los sucesos y de las geniales reflexiones del autor, de Rubén Darío Vallés Montes. Escribir una novela es en cierta manera, por parte del escritor, un ejercicio de descripción de su mundo propio, y en Viaje a Menorca nos encontramos tan cerca del impulso de la conciencia narrativa que la obra se lee de una sentada; con sus alter ego y sus paisajes, con sus soledades y sus fracasos, con sus frascos de pastillas para no soñar y sus ensueños, con sus contemplaciones del paisaje y sus alegrías y sus penas mundanas, urbanas, laborales, terrenales, callejeras, hogareñas, vitales, fantasmales y paranoicas, con todo eso que va conformando el entramado de la existencia de manera escrita y sin más condicionantes que los que la trama quiera interponer para ponerle un poco de sal y pimienta al asunto, pero no demasiado porque la historia a la que nos referimos está ya muy bien surtida de ingredientes naturales como para tenerla que adulterar con cuentos de Hadas que saben a comida recalentada. Viaje a Menorca es otra cosa. Aquí lo que es es; a ver si me explico, esto es lo que Césare Pavese no supo decir por encontrarse saturado de retórica; esto es el oficio de vivir en primera persona cinco días en una isla a la que se llega con el propósito del borrón y cuenta nueva, a buscar trabajo y con unos cuantos euros en el bolsillo; esto es una historia con sus aviones y sus barcos y su príncipe y su princesa y bueno va y menos mal que Iván se ha tomado un Lexatín para ahuyentar los fantasmas de una realidad que se impone delante de los ojos de aquellos que se atreven, como el protagonista, a mirarla, a desentrañar el jeroglífico del timo de la estampita, a atar los cabos del cuento de Caperucita que nos cuentan antes de ir a dormir para que a la mañana siguiente continuemos con los ojos vendados y tratando, como los burros, de alcanzar la zanahoria que pende de nuestro cuello, diseminando con una crítica audaz y pormenorizada los puntos en los que consisten el desbarajuste y la sinrazón ordinaria, lo que no teniendo ni pies ni cabeza acabamos mamando; con sus supermercados para guiris y sus ofertas y sus demandas fraudulentas, con la representación del circo global a escala de lo que da de sí un pedazo de tierra rodeado de agua en el que al autor le da tiempo tanto a pasar las de Caín como a dormir en el país de las maravillas. Hay que ser muy valiente para enfrentarse a uno mismo y decir esto es lo que hay; hay que tener un par de cojones para no dorarle la píldora a nadie y cagarse en los muertos de los capitanes de este barco social a la deriva y en la puta madre que parió a los que nadie se atreve ni a tocar en esa demostración de las cobardía  e ignorancia del ser humano que tan frecuentemente se ponen de manifiesto delante de nuestras narices; hay que tenerlo muy claro para decir al pan pan y al vino vino, para recitarle al barquero a base de latidos de escritura las verdades que no quiere escuchar, para no sentirse un loco dando gritos en el desierto, como Iván, sabedor de que hay más vida detrás de todo esto que se nos muestra y que se nos camufla con la mermelada de la mentira, de la reiteración en la falacia, de un recalcitrante uso del por el interés te quiero Andrés que nos está convirtiendo en los lobos que confirman la teoría de Hobbes. A la mierda con el interés. Viva la libertad de expresión. Escribir es un oficio para el que sólo se necesitan un lápiz y un papel, ingenio, imaginación, curiosidad, tendencia a querer saber más, ilustración, documentación, sinceridad, metáforas, transparencia. Que le den por culo a la demagogia. Escribir es dejarse llevar por el pensamiento sin caer en el engorroso trámite del jardín de la incoherencia, adentrarse en los caminos por los que uno cree que tiene que ser puesto negro sobre blanco aquello que le escuece por dentro, su verdad y nada más que su verdad, con esa sensación de al mismo tiempo alivio y entusiasmo que muestran quienes tienen en el tintero la voz propia, el punto y seguido tras el que se va hilvanando el texto, el relato, la historia, la aventura, el pensamiento, lo que uno es al fin y al cabo, le guste a quien le guste y a quien no que no mire. Viaje a Menorca es una auténtica declaración de nitidez trufada de múltiples alusiones al mundo de la política, la hostelería, la burocracia, el cine, la música, la literatura, la filosofía y el arte en general; un paseo por el mundo interior del Ulises que protagoniza la obra. Al leer esta novela he tenido la profunda sensación de no encontrarme sólo en este planeta Tierra tan plagado de remiendos, chapuzas, chanchullos e injusticias, saliendo de esa compañía con un halo de salvación que nuevamente he encontrado en la literatura, en la buena literatura.

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