La columna

La columna, los pilares del periódico, las señas de identidad, el sello, la personalidad. Las vertebras, el engranaje, el enfoque, la mirada, la interpretación, el valor intrínseco, la voz, el detalle, la diferencia.

Por aquellos entonces yo tendría catorce, quince, dieciséis años, diecisiete. Desde los doce años, quizás antes, leía los periódicos. Mi afán, la curiosidad por aprehender, el hambre por comprehender el juego de la vida, o quizás, simplemente, el estar informado del mundo, para entenderlo y desenvolverme en él. A parte de leer libros que caían en mis manos o me iban llamando desde las estanterías de las bibliotecas, siempre leía los diarios, ese abanico democrático de información, con sus distintos modos de mostrar e interpretar la “realidad”. Me llamaba la atención el periodismo, la narración de los hechos, el enfoque de tal o cuál periódico; la influencia social, económica y política, que tenía el cuarto poder; los matices, los intereses, el encuadre de las noticias, sus portadas, sus fotografías, y sus escritores: los articulistas.

  • Te quiero Pumpkin.
Por aquel entonces me gustaban Raúl del Pozo; Antonio Burgos con su pluma cargada de resabido malaje sevillano; Antonio Gala y su elegante y refinamiento estilo; Ángel Antonio Herrera con su modo lírico y poético para contar los entresijos de la crónica social; Antonio Cambril y su sarcasmo irreverente y cachondo para contar lo político social. En ellos estaba la diferencia, y eso es lo que yo buscaba, sus columnas. Ellos eran las estrellas de sus respectivos periódicos. ¿A ver que se cuenta este hoy?, me preguntaba con curiosidad. Eran las columnas el speed de la mañana o de la tarde. Así que no me perdía ni una, porque en la columna, el lector disfruta y se divierte. Yo soy de los que guardan recortes del periódico, y ciertos artículos que me hacen decir: ¡Olé! ¡Chapó! ¡Bravo!; u otras frases como: ¡Tus huevos ahí! ¡Con dos cojones!
Así fue, y así es.
Cuando Antonio Cambril dejó su columna de IDEAl, me llevé un pequeño chasco. Se había acabado la diversión. Luego me enteré, que si era director o subdirector de la Opinión de Granada, (pero ya no escribía, o yo no estaba atento, o yo que sé...) El caso es que el periódico cerro de la noche a la mañana, no está claro el porqué. Y Cambril desapareció.

Desde hace tiempo mis columnistas preferidos son; Manuel Alcántara; el fallecido Félix Romeo; una señora oronda que escribía en ABC y que murió, así de golpe, sin despedirse, de la que no recuerdo el nombre; Gregorio Morales Villena, (con el que tuve la suerte de entablar una amistad peculiar); y algunas columnas “rosa” de Arantza Furundarena, (el mejor artículo que he leído en los dos últimos años, fue de ella, lo tengo guardado en alguno de mis cajones desastre, no recuerdo ahora el nombre de dicho artículo: era una síntesis del despropósito al que habíamos llegado, permitido por todos, y el tiempo pasado, donde la barra libre de coca estaba siempre servida; un artículo conciso, limpio, trasparente, sin rodeos, y preciso como un bisturí que extirpa las células muertas). Y ahora, de nuevo, aparece como arte de magia, Antonio Cambril. Y no tengo más que alegrarme y sonreír.

  • Te quiero Honey Bunny.

Así que voy al catalogo de la biblioteca y busco algo de él, -porque algo debe haber-, me digo; este hombre tiene que tener algún libro de poemas, o novela, o ensayo, o algo. Y efectivamente, encuentro poco, pero encuentro: “El balcón”, artículos de hace más de veinte años reunidos en un libro editado por la Asociación de la Prensa de Granada. -Buah... Lo encontré-, estaba durmiendo en el depósito de la biblioteca. -Ja... Lo encontré. ¡Sí!-. Así que lo llevo a casa y lo leo. Artículos de hace veinte años, aún frescos, madurados con la pátina del tiempo, como los vinos en la penumbra de la bodega; aquello es como descorchar uno de esos vinos de añada, volver al pasado con la perspectiva del futuro -túnel del tiempo-, saboreando con gozo y reflexión los matices de aquella cosecha. Y al paladear el texto sorprende, o no...; cómo hay tantísimas cosas que no han cambiado; cómo, por aquel entonces, se anunciaban bombas de humo, que en humo han quedado; como se vendían a la opinión pública proyectos que aún no han sido acabados, ni siquiera empezados, dejando un rastro a su paso de corrupción, intereses, y bolsas de basura llenas de billetes sin paradero conocido; y se leen personajes, personajillos, y todo tipo de realezas, que aún hoy en día, quizás un poco más en la sombra, -algunos en ella-, siguen campando y pululando a sus anchas por este país nuestro que atufa, aún hoy en día, con el olor de los paquitos.
Termino mi festín de Cambril, recordando los viejos tiempos; aquellos en el que el mangoneo era fiesta nacional, vox populi con trompeta y cormeta, donde se hacía y deshacía con el beneplácito del personal, que flotaba en la burbuja chispeante de los préstamos fáciles, y la vida tutiplén, sin querer, como la vendada justicia, enterarse de nada. Recuerdo como en mi candidez ingenua me preguntaba entonces: ¿cómo es posible, que todo el mundo mire a otro lado, mientras que aquí huele a podrido?, ¿nadie ve que al toro le han afeitado los pitones y lo han capado? ¿nadie ve que el pescado tiene los ojos turbios, las agallas babosas, y las escamas extrañamente pegajosas y oscuras? ¿me estaba, quizás, volviendo loco? No. Ni mucho menos. Las evidencias estaban en los periódicos, en los medios de comunicación, día sí, día también. Sólo había que leer. Eran muchos los culpables, unos por acción y otros por omisión, -permisivos, cómplices, colaboradores-, y otros por callarse como putas, o simplemente por ser unos cobardes, o unos ignorantes. ¿Cómo es posible que toda esta mierda no reviente?, me preguntaba yo en mi ignorancia de juventud. Hasta que reventó; veinte años después. Así que “El balcón” de Antonio Cambril sigue abierto, entra el aire, a veces frio, a veces fresco, para quien quiera asomarse y respirar palabras, y disfrutar de las vistas; para quién quiera saber de los preámbulos del Hoy; para quien quiera refrescar la memoria, saber o recordar, nombres, quiénes y porqués, modus operandi, actos de dudosa claridad; en fin, un seleccionado y variado surtido de nuestras miserias. Se lee como una crónica de una muerte anunciada; entre todos lo mataron y el solito se murió. Nuestro día a día, salga el sol por Antequera y póngase por donde quiera.

  • ¡Todo el mundo quieto! ¡Esto es un atraco!
  • ¡Y como algún jodido capullo se mueva,
    me cago en la leche, me pienso cargar
    hasta el último de vosotros! *
    * Pulp Fiction. 1994.

© Rubén Darío Vallés Montes. 2016.




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