Un relato para leer mientras viajas
EL
RELATO QUE NUNCA ESCRIBÍ
El banco está abierto,
entro y no hay nadie, al fondo veo una máquina registradora y con sigilo me
acerco a ella. Miro hacia la izquierda y la derecha, terreno libre. Así que
pulso un botón y aquello se abre. Dentro, como cualquier máquina registradora
con vida, hay billetes de colores y monedas doradas, plateadas, y cobrizas. Por
un momento me quedo parado, tras unos segundos, decido meter la mano y llevarme
todo el caudal.
Tengo una fortuna, la he
robado, pero el dinero no es de nadie, y al banco no creo que le suponga un
gran perjuicio. Pero las cámaras de seguridad seguro que me han grabado, no
cabe duda, seguro que hay gente que me ha visto entrar en la sucursal,
seguramente ya hayan dado el chivatazo y la policía me tendrá localizado. No
debería haberlo hecho, no debía haber entrado, quizás hubiera sido mejor
quedarse quieto. Ya es tarde, no cabe arrepentirse, tengo el dinero en mi
poder, ahora es mío, a quién le puede importar.
Los campos son hermosos,
los ves pasar tras la ventana como una pintura difuminada, marrones, grises, y
columnas armoniosamente esculpidas de verdes olivas con su sincronía perfecta
como si fueran una partitura de la tierra interpretada por los labriegos. El
sol da de lleno, y pica y quema tras la ventana. Corres la cortina y cinco
minutos después te has metido bajo una pequeña nube que asemeja ser un ángel de
Bounarroti tocando las trompetas del trono del cielo. La música suena, el
conductor sabe su ruta perfecta y relajado conduce y escucha a los feligreses
que regresan al pueblo después de unos días en la ciudad.
Antes todos estos campos
estaban sembrados, dice uno de ellos, un señor mayor, un señor respetable con
su pantalón de pana, su camisa blanca, y su jersey azul. Su pelo canoso lo
cubre una gorra, también de pana, una gorra de esas elegantes de la gente de
pueblo. Y su bastón en la mano izquierda marcando un compás con la música que
suena en la radio. ¿Dónde irá ese?, ¡vaya!, siempre hay listos! Ya verás tú un
poco más adelante como se para cuando vea a la Guardia Civil. ¿Dónde irán tan
rápido?, dice el abuelo, si por mucho que corran no van a llegar antes. Los
campos antes estaban todos sembrados, que si remolacha, que si trigo y cebada,
había de todo, porque estas tierras son muy fértiles, no ves que por debajo
corre a su aire el agua. Esto era un vergel, estaba lleno el pueblo, porque
había trabajo para todos, y a nadie le faltaba de nada. Pero ahora, ya ves, se
está quedando cada vez más vacío esto, ya no hay, ya no hay panoja para todos,
porque están los precios tirados y no compensa plantar ni trabajar las tierras,
porque te pagan tres pesetas, y la gente no quiere, prefiere la ciudad, ganarse
la vida de otra forma, prefiere las luces, el bullicio, las compras para acá y
para allá, pero como se vive en el pueblo no se vive en ningún lado. Qué sabrán
ellos.
El paisaje es precioso, y
yo sigo en mi nube, disfrutando, y te veo, porque verte siempre es una
casualidad, una fortuna como el tres y el siete, en tus ojos hermosos de crema
con leche, en tu piel de oriente, como la seda con solo rozarte la alegría
vuelve a mi rostro, y te miro y mi corazón palpita diferente, y eso que parece
imposible, vuelve a suceder, que las mariposas revolotean por mi estómago, por
mi pecho. Y ya sabes, uno empieza a liarse, a decir tonterías sin saber el
porqué, y a sonreír como un niño. Porque tus labios son preciosos, y tus
dientes me maravillan y sueño con tocarlos, suavemente, besarte. Aquello es
maravilloso, tanto como el cielo debe de ser, en la tierra, porque todo,
absolutamente se relativiza frente a ti, y pasa un tercer, cuarto o quinto
plano, y el universo, está claro, el centro del universo eres tú, no puede ser
otra cosa.
Luz, vuelve a salir el
sol, hemos pasado la luna, que digo, las nubes, porque yo estoy en las ramas
quizás como los pájaros y sus nidos colgantes, llenos de bolas peludas que
decoran los árboles en fechas especiales de solsticios y equinoccios de verano.
No sé lo que me digo, al pensar en ella todo se ha dado la vuelta y ya ni
siquiera sé por dónde voy o a dónde me dirijo. Escucho la música y aquello
suena bien, ya sabes lo que pasa, que de pronto resulta que la canción está
hablando de lo que a ti te pasa, la canción está contando tu historia, y te
dices, no es posible. Pero es cierto.
La próxima parada es la
mía, me bajo en la Plaza de España. Allí me espera mi amigo. Pasaré un par de
días en su casa disfrutando de los aires limpios, o por lo menos, menos
contaminados que los de la ciudad.
Ahí está.
Es temprano, vamos a ver
su colina, su proyecto de olivos y almendro, y arriba de todo, su casa. Ese es
el proyecto. Los olivos crecen y los almendros. Está diseñado todo perfecto,
falta la casa coronando el cerro. Su casa de madera, con un porche para las
tardes de verano disfrutar tranquilo sentado leyendo y viendo a las nubes
lejanas pasar, incluso las estrellas. Por las noches tiene que ser espectacular
aquello. Imagínate, la colina redonda con sus faldas cayendo como un traje de
cola, y olivos en esplendor, bien cuajados alrededor del cerro y terminando el
vestido un manto blanco y verde de perfume de flor de almendro. Aquello es
espectacular. Y al lado de la casa de madera con su chimenea de piedra y su
techo de pizarra negra, una piscina alberca, para refrescarse y jugar en verano.
Aquello está genial, y no se desperdicia nada, porque abres la alberca y allí
va el agua monte abajo regando como maná olivos y almendros.
Ponle dos placas solares
y un molinillo de viento porque por allí siempre sopla, ya sea de poniente o
levante, y ya está, ¿qué más quieres?
Un 4x4 se acerca. Por ahí
viene el Zorro. El Zorro es el hermano de mi amigo y viene junto a un zahorí.
El agua es necesaria, el agua es la vida, y aquellas tierras tienen aguas que
corren por las profundidades de su fértil tierra. El zahorí de tierras de Jaén,
de estirpe de buscadores de agua no falla, tiene esa cualidad, esa sensibilidad
que pocos tienen para sentir dónde hay que abrir un pozo, porque debajo corre
el agua. Así que el zahorí saca sus varas dobladas de hierro que forman un
siete o una ele. Y empieza a moverse por el cerro de aquí para allá, en
silencio, en total concentración y nosotros lo miramos mientras él trabaja.
Parece mentira, pero efectivamente las varas se doblan al centro mientras anda,
y se para un rato, y sigue andando y las varas se abren como si estuvieran
hablando.
Aquí te puedes venir
cuando quieras, me dice mi amigo, aquí te puedes venir sin problemas cuando tú
quieras. Mira, dice, y señala un punto, allí en esa esquina entre los almendros
construiré un domo, ya tengo los planos hechos, y el estudio de todo,
perfectamente. Mira, y señala otro punto, allí irá otro más grande como para
tres o cuatro personas. Al principio no iba a hacer la casa de madrera, pero he
decidido que aquí arriba va a ir la casa de madera con la piscina, como te he
contado y abajo en las esquinas entre los almendros cuatro o cinco domos. Poco
a poco, para que venga gente extranjera y los amigos. Ya verás con el tiempo
como va a quedar todo, Y tú te puedes venir cuando quieras que aquí no te va a
molestar nadie, tú, a tu rollo, aquí puedes escribir tranquilo sin nadie que te
entretenga ni moleste.
El zahorí de Jaén es un
tipo recio, orondo pero sano, irradia salud, buenos alimentos, buena bebida y
aire sano y puro, un tiarrón de pueblo con manos grandes y dedos gordos de
trabajador del campo. El zahorí se lleva el dedo a los labios y nos pide
silencio. La tarde pasa gozosa, tranquila, sin más porqués, sin estrés, ni
agujas del reloj, que te azotan el culo, y te dicen vamos… vamos que llegas
tarde. Media hora después el zahorí se para, aquí está, dice, este es el mejor
punto para abrir el pozo. Buscamos unas piedras grandes y hacemos un pequeño
montículo. El zahorí se aleja y las varas se abren o se quedan paralelas, al
acercarse, de nuevo las varas se vuelven a cruzar. Aquí es, bajo este pequeño
almendro. Así que empieza a dar pequeños golpes con sus pies a la tierra. Y
para. Se concentra y vuelve a dar golpecitos como si estuviera llamando a las
puertas de una cueva. Al rato, afirma, el agua está a veinte metros, van a
salir quince litros por segundo.
Parece mentira, pero
tiene toda la pinta de ser cierto. Aquello se abre, y se cruza. Y su afirmación
es rotando, podría firmarlo ante notario, y jugarse, no sé, dos dedos de la mano
a que el agua está a veinte metros y que va a dar quince litros por segundo.
Así que no hay más que hablar. Y el Zorro y su amigo el zahorí se marchan en el
4x4 por donde vinieron.
Se hace tarde, dentro de
poco se irá el sol, y es aún invierno. Estamos cerca del pueblo, desde aquí se
ve el cementerio, y debajo la iglesia, y las casas blancas de apenas dos
plantas. Pueblo afortunado bañado por un río que conocieron romanos y moros.
Hay que volver, se hace
de noche, empieza a hacer frio.
En el supermercado hay de
todo, un supermercado moderno, como el de cualquier ciudad. Cenaremos algo
rápido, unas pizzas precocinadas. Mientras esperamos la cola para pagar un
gitanito de unos cinco años, muy gordito y con el pelo largo recgcido en un
moño, juega subido en las barandas de metal que separan una caja de otra. La
mama le dice al cajero que está todo muy caro, y el hombre no sé qué le dice,
le refiere algo sobre el niño, - se va a caer la niña de la baranda señora-. No
es una niña, es un niño y se llama Jonathan le explica la gitana. El niño que
escucha gira su cuellito hacía el señor de la caja y sonríe. Sus dientes
negritos, picados, me retrotraen a cuarenta años atrás cuando yo era un niño.
Dos hermanos gemelos de mi escuela, Martes y Miércoles se llamaban tenían los
dientes igual, picados. Eran muy pobres. No sé qué habrá sido de ellos. Un
segundo después el niño se cae de la baranda y se da un porrazo que sus carnes amortiguan
y lo hacen revotar del suelo.
No ves, le dice su mama,
te lo he dicho que te vas a caer, es que no te puedes estar quieto, hay que ver
con el niño este. -No pasa nada, señora, cosas, de niños-, dice el señor
cajero. El niño gira su cuellito y desde el suelo sonríe con sus pequeños ojos
y sus dientes picados.
Los niños. Inocentes y
hermosos niños. Miro el paisaje, allí un molino viejo derrumbado, un poco
después una antigua fábrica de azúcar con su torre de ladrillo se muere
esparciendo sus restos por el terreno. ¿Sabéis cuál es la catedral más grande
del mundo?, le pregunta la profesora a un grupo de alumnos de apenas diez o
doce años que están de viaje de estudio en Granada. Alguien dice, la catedral
de Sevilla. No, responde la profesora. Y los niños se ríen y empiezan a soltar,
la más grande la de Granada, no la más grande la de Valencia, la de Paris, la
de New York. Todos estáis equivocados rectifican la maestra. La catedral más
grande del mundo es el Vaticano. Los niños ríen. Sí, donde vive el papa,
responde la sabionda de la clase. Si, el Papa, tú papa vive en el Vaticano,
claro, tu papa es rico, claro. Y los niños se parten de risa. La señorita
maestra sigue explicando algunos detalles de la catedral de Granada, están en
la puerta de entrada de la Capilla Real en la calle Oficios. Es de noche. La
maestra pregunta. ¿sabéis quienes están enterrados aquí? Todos se quedan
callados. ¿Quiénes están enterrados aquí?, ¿a qué viene eso ahora?, se
preguntan en silencio. Tras un breve receso, un chavalillo que está en la fila
de atrás dice, - yo lo sé maestra, aquí está enterrado Michael Jackson-. Y ya
está el pollo montado bajo la tenue luz de las farolas. En un momento la
algarabía vuelve a estar montada, uno salta, -tú estás loco, cómo va a estar
enterrado ahí Michael Jackson, no ves que Michael Jackson es negro-. Y el
grupo, - jajajaja-. No ahí está enterrada tu abuela, le contesta otro. Y el
grupito de jovenzuelos con ganas de divertirse y descubrir el mundo se desmadra
ante la llamada de atención de la maestra. Otro dice, si, ahí está enterrado
Batman. Ninguno lo sabéis ratifica la maestra intentando hacerse la seria. Sí,
señorita, yo sí lo sé, dice la empollona de la clase levantando su manita. ¿A
ver Marta, dinos quiénes están enterrados aquí? Señorita, contesta la aplicada
empollona que no se las trae todas consigo y titubea por un momento, ahí está enterrada
la Virgen María. La profe se queda callada y el grupo de estudiantes también.
Por un momento se ha hecho el silencio ante la incertidumbre de si la empollona
ha vuelto a dar en el clavo. No, Martita, la Virgen María no está enterrada
aquí. Y el grupo suspira aliviado.
La pizza no está mal,
claro que no, sobre todo cuando hay hambre, aunque sea precocinada, así que nos
la comemos mientras vemos un programa de la tele sin prestar la más mínima
atención. Conversamos sobre esto y aquello. Mi amigo tiene la habitación
repleta de libros de todo tipo, le encanta el saber, disfruta aprendiendo y
haciéndose preguntas. Todo lo hace a la vez mientras teje la manga de un jersey
de lana. Leer, estudiar, trabajar en su campo, tejer, amar. Placeres de la
vida. ¿Qué más se puede pedir? Mientras teje sale el tema.
¿Te acuerdas ese relato
que escribiste ese del amor entre dos que le huele mucho la boca? Ese sí que es
bueno. Ese es de lo mejor que te he leído, me dice. Ese si es realmente sino el
mejor, entre los tres mejores relatos que has escrito. Aunque ya sabes que
tienes que meterte con el teatro, porque ahí es donde está la esencia de todo,
Roma, Grecia, el antiguo Imperio Chino, en el teatro esta la madre de todo. Y
te lo vuelvo a repetir, tienes que dejarte de tantas pollas y escribir teatro.
¡Inténtalo! ¡Tú puedes!, solo tienes que proponértelo y ponerte manos a la
obra. Ya sabes, cuando tenga la casa, con los domos, los almendros, los olivos
la piscina, te vienes cuando quieras el tiempo que quieras que aquí no te va a
faltar de nada, y escribes tranquilamente. Por ejemplo, ese relato que
escribiste de los dos que les huele la boca y se enamoran es fantástico, de lo
mejor que has escrito, sin duda. Pero puedes darle un giro, ¿por qué no?
Llevarlo al terreno del teatro que ahí es donde está la sangre, las risas y las
lágrimas. Tienes que ponerte a escribir teatro, hazme caso.
Yo lo escucho y lo miro
mientras teje la manga de su nuevo jersey de lana. Y sonrío, solo asiento de
cuando en cuando con la cabeza, mientras pienso para mis adentro de forma
burlona a la par que curiosa y divertida. Aquel relato de los dos que se
enamoran y les huele la boca no lo escribí nunca. Por una cosa o por otro nunca
lo escribí, y la idea andaba en algún cajón guardada entre cientos de papeles
esperando que un día la cogiera y le diera forma. Ese relato nunca lo escribí.
Se lo conté una madrugada de vuelta de Madrid. En el bus, en la parte de atrás,
con la pequeña lucecilla que se enciende en el techo del asiento, mientras unos
dormitaban y otros charlaban quedamente, yo le contaba a mi amigo el cuento que
se me había ocurrido que decía algo así:
Emilio era un chico de
unos veinte años que tenía halitosis, era guapo, con los ojos azueles, e
inteligente. Como muchos chicos de su edad estudiaba una carrera en la
universidad y no tenía el menor problema en la relación con sus compañeros, a
parte de su problema de halitosis, que hacía que muchos de sus compañeros y
compañeras giraran un poco la cabeza o se echaran las manos a la boca cuando
Emilio se acercaba demasiado a ellos.
Por otro lado, teníamos a
María, algo mayor que Emilio. Una chica que ya había terminado sus estudios y
trabajaba en una empresa, daba igual cuál fuera. El asunto es que María también
sufría de halitosis, y al igual que Emilio, sufría, entre comillas, el problema
de cierto rechazo entre compañeros y amigos, a la hora de mantener, digamos…,
una relación de corta distancia.
Bueno pues resulta, que
un día Emilio y María se conocen, por amigos, o porque van a una manifestación
y allí coinciden, y el caso que entablan una amistad que poco a poco, surge y
evoluciona en algo más, entre comillas.
Emilio y María se lo
pasan bien, comparten amigos, salen entran, se relacionan, toman café, salen de
marcha y…
Una noche de primavera en
el Sacromonte granadino después de haberse bebido un par de cubatitas y haber
bailado pegaditos. Pues ya se sabe, se salen fuera del pub, que si la Alhambra
al fondo, que si cielo estrellado, que si Emilio la coge de la cintura, que si
María se hace de querer y finalmente flash. La magia. Se besan y se besan se
manosean bien manoseados, disfrutando y disfrutando. Y terminan yéndose a casa
de uno de los dos en taxis, no importa cuál fuera la casa y consolidan su amor.
Ese era el argumento de
la historia que le conté a mi amigo aquella madrugada en el bus cuando
volvíamos a Granada después de ver un conciertazo de Metálica en la Ventas.
El asunto sigue… cómo no.
Mágicamente sucedió algo imprevisto. Los dos amantes tenían halitosis, pero
misteriosamente, al juntarse, la halitosis de Emilio con la halitosis de María,
ambas desaparecieron instantáneamente. Adiós halitosis. Había desaparecido, y
ni ellos mismos se dieron cuenta de lo que había pasado.
Ese fue el cuento que
nunca escribí y que según mi querido amigo era el mejor que había escrito
nunca.
Dormí como un tronco. Y
al día siguiente me despedí de él agradeciéndole su generosidad. Y me despedí
con un hasta la vista.
De vuelta miro el cielo
azul limpio, las nubes que tintinean en el cielo como caquitas de cabritas
dejando un surco de riqueza y me acuerdo mucho de ella, y de la suerte que he
tenido hoy, un siete, de encontrármela. Cosas hermosas que pasan que dan ganas
y fuerzas para vivir, cosas que merecen la pena, como tu sonrisa, tus ojos,
todo tu ser, guapa.
©Rubén
Darío Vallés Montes. 7-3-2020
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