Poemiga de la iluminación no buscada

4 de agosto del 2024


Poemiga de la iluminación no buscada.
Y el cante en lo jondo.
Homenaje a Aute. Y a Federico. Con permiso de Miguel Hernandez,
Neruda, Rafaél Alberti, Rubén Darío, y Homero.
Y por supuesto a los grandes Rishis y Mahatma.


A 42° grados a la sombra,
sudando como un cochino en horno,
trabajando como un hebreo atado a Ka,
para ganar 50 leuros diarios,
los muertos de Ramsés,
que llevarte a los dientes,
se consigue esa unión espiritual luminosa
entre la materia y lo etéreo,
esa unión trascendental tan buscada
por los místicos de los tiempos errantes,
ese engranaje con el todo y la nada,
ese mosquito agarrado a la cadena que impulsa
la noria de colorines que vola y vola en el universo
infinito del Shambala descrito.
Es algo así como el gran éxtasis
del orgasmo humano en su décima potencia,
algo metafísico en su conjunto,
cuántico en su esencia.
El sol brilla risueño profundo y negro
descontando facturas en el balance átomo no átomo,
el momento visceral preciso del ataque olímpico,
que es la cara oculta, la cara salvaje
buena del espejo sin reflejo, que todos festejan
al otro lado de la tortilla, debajo de la sartén
dentro de la llamarada de fuego,
ahí... justo ahí, una chispa distinta,
brilla una imagen, milésimas de segundo,
aplastando desde lo alto sin tregua muerte vida
en ese trance sonoro, en ese espacio.
Ahí, justo ahí, chispa bujía encendida,
prende tú, criatura animal, simple gusanito
arrastrándote bajo la explosión cuál hoja caída,
con la haza invisible al hombro maltrecho,
como si fueras a 200 km hora
sobre un asfalto de gas sin fin de hierro y plomo,
matando a balazos incómodos escarabajos de la suerte
que incomodan con malas traducciones del japones,
sobre hongos voladores reputados en el cielo grisáceo
de un pequeño pueblo, dos a lo sumo, del interior de la costa,
y la casa estaba encendida, y un niño en la cuna lloraba,
la abuela cantaba una nana,
lamentos de fantasmas en barrios perdidos del extrarradio.
Todo se funde se inflama en el casco,
bajo el hueso redondo y quebradizo
que ha ido en busca de los cincuenta leuros,
subiendo al Parnaso para besar sus labios.
El clímax absoluto entonces, la gran revelación,
la fundición alquímica perfecta,
la energía manifiesta, el ser y no ser juntos
en lo inmanente de aquello que no es posible,
ni esto tampoco.
Precioso.
Es un escaparate de sensaciones a 42º a la sombra ,
os lo recomiendo, pero no te quedes mucho tiempo.
©Ruben Dario Vallés Montes 2024

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