El karateka del consistorio

        El karateka del consistorio

Paseando por los Triste, me llevo una desagradable sorpresa. En la lejanía, tal como me acerco al Paseo del Padre Majón, bajo la colina al-Sabika coronada por la Alhambra, no doy lugar a mi asombro, cuando percibo a lo lejos, una especie de mancha negra, en una pose extraña que me recuerda a una maña karateca. Así se ha quedado mi rostro, perplejo, enmarañado, echo un nudo, estupefacto. Me restriego los ojos porque no doy crédito, pero a medida que me ve voy acercando al mencionado Paseo, compruebo, con infinita tristeza, que efectivamente, se trata de un karateca que han colocado bajo los pies de la Alhambra. No puede ser -me digo-, es una mala broma, una trastada de unos traviesos estudiantes. Pero no, es cierto, Kung Fú está allí vestido de ninja, y no se trata de un artista callejero en busca de unas monedas.
La paz que fluía alegre y festiva por mi interior, en ese sosiego lánguido que da el rumor del Darro, bajo la mirada majestuosa de la alcazaba y palacio nazarita, («qa'lat al-Hamra'», Castillo Rojo), único en el mundo; toda esa paz, digo, toda esa belleza del entorno romántico, queda rota en mil pedazos bajo tremenda visión. Una explosión retumba en mi ser, miles de malévolas puntillas afiladas crispan mis nervios, ante el más absoluto despropósito y atropello a la belleza.
¡Pero qué barbaridad!, ¿a quién, con tan pésimo gusto se le habrá ocurrido poner tan tremendo desatino en un lugar tan paradisiaco, místico, repleto de simbolismo y poesía? ¡Qué desfachatez!- me digo indignado. Estaba acostumbrado a los monigotes que desde el consistorio se les ocurre colocar a diestro y siniestro por nuestra querida ciudad, pero llegar a tal desatino me parece un autentico atentado contra todo sentido del arte y la estética. Granada es una joya que hay que mimar. Podrían haber colocado al karateca, que eso parece la escultura del bailaor Mario Maya, en cualquier otro lugar, en el Almanjayar, en Joaquína Eguaras, en la rotonda de la Chana, frente a la puerta de su cueva, dentro del Centro de Interpretación del Sacromonte..., yo que sé..., frente al palacio de deportes, o en la plaza de la antigua estación de autobuses; pero no, la han tenido que poner bajo la Alhambra, como una mosca cojonera que emborrona el paisaje cuando finalizado nuestro encantador pasear por los Tristes, nos disponemos a contemplar y disfrutar con orgullo el colosal espectáculo de la Alhambra bajo nuestras cabezas; en los días que no somos pisoteados por los turistas, los numerosos taxis, los microbúses, o el trenecito que Dios lo tenga en su gloria. Es como si hubieran puesto, y perdón por la palabra, una mierda al lado de una hermosa y delicada flor. Por mucho menos, más de uno se ha visto en los juzgados por un delito contra el patrimonio público.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Tres poemas porno eróticos de amor y desdicha

El Molino de Dúrcal

Poema en prosa. María